La Canción del Verano
Creo que ya les conté una vez que el pensador francés Jean François Revel decía que la ideología es aquello que nos dispensa cómodamente de mirar cara a cara la realidad. Ya saben, si lo dicen “los míos” está bien, si lo dicen “los otros” eso es una birria, típica de su falta de sentido, de sus prejuicios, etc. etc. etc. De esta manera no hay necesidad de pensar, ni se corre el riesgo de equivocarse y además la decisión se toma fácilmente.
Pero afortunadamente, la ideología no es el único mecanismo que nos permite estas comodidades prácticas. Aparte la locura, proceso eficaz aunque extremo del que hablaré más abajo, también tenemos la rutina.
Los benéficos efectos de la rutina se asemejan mucho a los de la ideología. La rutina nos dispensa de pensar, cuando nos levantamos por la mañana, cuando mascamos con prisa, rutinariamente nuestra tostada, nos evita, digo, la desagradable y arriesgada actividad de percibir que enfrente de nosotros hay una persona, es decir alguien que piensa, que siente, que vive sus frustraciones, que espera algo con respecto a nosotros, alguien al que le apetecería contarnos sus problemas, sus dificultades, sus ilusiones… ¡Y no hablemos de los chicos! ¡Qué fastidio! Con sus razonamientos infantiles, con sus peleas, con sus caprichos…
Para librarnos de todo eso tenemos nuestra prisa, nuestro estrés, nuestra rutina que nos permite nuestra renuncia a vivir, nuestra preferencia por el sueño de Matrix.
Por desgracia, hay una época del año en la que este sistema, sabiamente planificado y eficazmente construido, la rutina, es dificilísimo de practicar: en el verano.
Si estamos de vacaciones, es prácticamente imposible el evitar pensar. Hasta cuando nos levantamos soñolientos para buscar el retrete para el primer pipí de la mañana es necesario reflexionar: no está en el sitio de siempre; y o mismo le ocurre al pote del Colacao, hay que despertarse, hay que vivir para poder cogerlo en la estantería de la derecha, porque en casa está abajo a la izquierda y ahora no es posible servirse rutinariamente. No podemos fiarnos a nuestra querida rutina, no es posible hacer como que hablamos con nuestra media naranja cuando en realidad sorbemos rutinariamente nuestro café, porque no será ya sólo un momento lo que estaremos juntos, sino todo el día; no es posible hacer como que intercambiamos opiniones, cuando en realidad sólo vemos la tele rutinariamente; no es posible hacer como que amamos cuando en realidad sólo copulamos también rutinariamente; no es posible ignorar rutinariamente a los niños porque cuando volvamos a casa no estarán acostados, sino que volveremos a casa con ellos.
Los esfuerzos de refugiarnos en la rutina serán ineficaces, si no vanos. Uno de los intentos desesperados para introducirla en el periodo estivo, la canción del verano, ha fracasado estrepitosamente y en el 2010 hemos tenido un verano sin canción del verano. El colmo.
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Un médico suizo, el doctor Roger Vittoz, que yo llamo el anti-Freud, por la simplicidad de sus ideas, contrarias a todo intelectualismo, curaba las neurosis de sus enfermos reeducándolos a ver y a oír; algo que ellos habían olvidado a causa de la rutina. El doctor Vittoz tuvo un éxito inmenso; venían de todo el mundo a seguir sus tratamientos. Yo espero sinceramente que la estación estiva, tan contraria a la rutina, sea para todos una ocasión de cura, una especie de píldora roja de Matrix que nos haga despertar a la realidad, que tengamos un verano sin canción del verano. Y ello, como enseñaba el doctor Vittoz, se hace gradualmente: es necesario hacerse presente a esta mesa, a estas paredes, a este sonido. Parece algo insignificante, pero un camino de mil “li” empieza con un primer paso, como dice el Tao de Jing. Si somos plenamente conscientes y perseverantes, acabaremos inevitablemente por ver, por oír a los que nos rodean, no sólo a “hacer como que” y al final de nuestro camino, acabaremos viendo a Dios cerca de nosotros, sintiendo su presencia, oyendo sus palabras.
De otra manera, nos ocurriría como a D. Quijote, como a tanta gente que recupera la cordura sólo al final de sus vidas. La locura no es sino la exasperación de la rutina, un esfuerzo titánico por huir de la realidad, de la vida. Un extremo radical y doloroso. Quizá uno se rompa la cara contra los molinos, pero lo hace huyendo de lo prosaico, de ver que no son gigantes.
Aprovechemos este periodo de gracia para evitar (¡definitivamente!) la locura de la rutina. Vivir plenamente es magnífico, con sus alegrías, con sus desengaños, con sus fracasos y sus éxitos… Vivir es estar presente al mundo, a nuestros seres queridos, a Dios.
Julio y Eugenia / Moreno-Dávila Gutiérrez
La Tour-de-Peilz, Suiza, Agosto de 2010.
La Tour-de-Peilz, Suiza, Agosto de 2010.
1 comentario:
Mágnífica reflexión la de Julio y Eugenia en este profundo artículo "La canción del verano". Lo suscribo totalmente y destaco que, precisamente porque hay que evitar la locura, hay que ilusionarse en buscar un sentido a la vida: que quienes somos miembros de los ENS, tratamos de de hallarlo en la santidad del matrimonio, con la ayuda de los demás componentes de la comunidad que cada equipo representa.
Desearía que en el nuevo curso que vamos a comenzar no nos embargue la rutina. Antes bien, cual adolescentes idealistas lo afrontemos con ilusión y compromiso, para vencerla, ya que tan presente se hace en los ENS, manifestándose en la poca participación y compromiso en la vida de los ENS, tanto matrimonial, como de equipo y en los actos comunitarios.
Precisamente el tema de estudio del próximo curso: "La reunión de equipo" puede ser, si lo tomamos sin "rutina" una fuerza para remontar vuelos y cargarnos de ilusión. ¡Que el Señor nos guíe y nosotros obedezcamos su inspiración!
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