Matrimonio y Soledad
Hay ciertamente textos que, como se dice ahora, marcan un antes y un después, e indicando nuevas ideas o sugiriendo nuevas actitudes con respecto a viejas ideas, adquieren súbitamente una gran importancia en la forma de vivir, de tomar decisiones, de actuar incluso en las cosas más nimias. Mi gran dificultad consiste precisamente en hacer llegar la gran importancia de este texto a los miembros de los ENS de Granada.
Y en este caso, me estoy refiriendo a un escrito del P. Henri Caffarel que se llama “Amor y Soledad” (pg. 113) de su libro: “Aux Carrefours de l’Amour” (En las Encrucijadas del Amor), no disponible desgraciadamente en castellano.
En él, el P. Caffarel empieza por explicarnos lo que a su juicio es el momento original del sentimiento de soledad: la adolescencia. En ella el ser humano se descubre, se ve diferente a los demás seres humanos, se quiere diferente; decide ser diferente. El adolescente descubre pronto que la afirmación enérgica de sí mismo, como suele ser propia de su edad, lleva pareja una cierta dosis de soledad. La negación de la mediocridad, del conformismo, la afirmación de la diferencia personal, desembocan ineluctablemente en la soledad en mayor o menor grado, y por ende en una cierta dosis de angustia.
Este estado de cosas, prosigue el P. Caffarel, parece encontrar una solución en el matrimonio: al lado del alma gemela uno puede afirmar su propia identidad sin correr el riesgo del rechazo por parte ajena que suele desembocar en la pérdida de la autoestima. El que nos ama tal y cual somos no nos rechazará nunca – pensamos. Esta tesis la desarrolla ampliamente en otro capítulo del mismo libro “Risas y Lágrimas” (pg. 85), de ella quizá hablaremos otro día.
Desgraciadamente, al cabo de unos años se descubre que, incluso si todo va bien y la vida matrimonial se desarrolla a la perfección, una parte de los cónyuges queda encerrada en una, al parecer inevitable, soledad. Supongo que los miembros de los ENS de Granada que me leen y que han celebrado ya sus bodas de plata estarán de acuerdo conmigo (y si no es así, los invito a enviarme un comentario en propósito).
Y entonces se ponen en juego usualmente esos mecanismos tan conocidos que nos evitan el encontrarnos con nosotros mismos: la tele, el cine, internet, el chat, el fútbol (preferentemente en el sexo masculino), y el cotilleo entre vecinos o colegas (en ambos sexos). Una escuela de sicología americana, llamada transaccionalista, ha descubierto y catalogado muchos de esos comportamientos estereotipados para escapar de la intimidad, es decir para escapar de sí mismo; ella los llama “juegos” (“games”) nombre que no va demasiado bien en castellano y que yo sustituiría por “pasatiempos”. Como explicar toda esa teoría no hace al caso, demos más bien un ejemplo: uno de los pasatiempos que hemos podido observar miles de veces a nuestro alrededor y que, sin duda, habremos practicado nosotros mismos en tantas ocasiones, es el que el Dr. Berne, uno de los creadores de la escuela transaccionalista llamaba “Ain’t it awful?” (“¿No es horrible?). Ejemplo:
- ¡Qué horror! La juventud está corrompida.
- ¿No es cierto? El botellón y toda esa vagancia
- ¿No es horrible? Es la generación ni-ní.
- ¡Cierto! Y es que la culpa la tenemos nosotros.
- Eso es verdad. ¡Tanto dar todo lo que piden!
- Lo tienen todo tan fácil… ¿No es horrible?
- ¿No es horrible? …
Y etcétera. El seudodiálogo puede prolongarse por horas y horas encontrando que todo está mal, sin aportar ni soluciones, ni desvelar sentimientos personales, sin verdadero contacto entre dos seres humanos. Un puro perder el tiempo para no enfrentarse a la intimidad, a la soledad propia.
¿Ha fracasado el matrimonio en el que los cónyuges se encuentran con su soledad? ¡Nada de eso! Nos dice el P. Caffarel. La soledad es creativa, piénsese en Beethoven o en Nietzsche. Y, sobre todo, la percepción de la soledad no es sino la manifestación del ansia de un nuevo “matrimonio”, el del amor de Dios.
Y antes de pasar al punto siguiente, el elogio de la soledad, el autor nos cita toda una serie de autores sacados de la literatura francesa, como es natural. Modestamente pensamos que en la literatura española también se encuentran ejemplos de reflexión sobre el tema. Valga de muestra el epigrama de D. Ramón Gómez de la Serna:
La soledad del ermitaño espanta,
pero mucho más espanta todavía
la soledad de dos en compañía.
O esta otra del poeta mejicano Amado Nervo, que nos recuerda que a veces la angustia es preferible la sensación de soledad:
Dejadme con mi angustia ¡Estoy tan solo!
Si me quitan mi angustia ¿Qué me queda?
La soledad, nos dice el P. Caffarel, es positiva porque es el camino hacia Dios. Es más, la soledad no sólo es el camino, sino que es la prueba de que todas nuestras artes humanas, incluido el amor humano, no pueden evitarnos el pensar que sólo podemos descansar en Él. Así pues, la soledad nos hace descubrir que tenemos necesidad de Él y al mismo tiempo nos lleva hasta Él.
No nos resistimos ahora a la tentación de traducir la primera cita del autor, traída, en este caso, del poeta y filósofo Paul Valéry: Dios creó al hombre y, viéndolo no lo suficientemente solo, le dio a la mujer para que percibiese mejor su soledad. El P. Caffarel nos pone inmediatamente en guardia contra la tentación de considerar esta cita como la expresión de un escéptico resignado, desilusionado de todo. Tampoco se habla de machismo, lo mismo podría decirse: Dios creó a la mujer y, viéndola no lo suficientemente sola, la puso al lado del hombre para que percibiera mejor su soledad.
La primera conclusión, sacada de la cita de Paul Valéry, es que la presencia del cónyuge no es la causa de la soledad, sino la causa de una mejor percepción de la misma, lo que no es negativo sino muy positivo. La tentación de escapar (sólo aparentemente) de la soledad por los medios ya expuestos, por otro lado, es grande. La mujer, el marido están ahí para recordarnos la verdadera situación.
Porque esa consciencia de soledad, por muy dolorosa que sea, debe conducirnos hacia Dios, como se puede constatar en la historia.
¿Cómo comienza el ministerio de Jesús de Nazaret? En la soledad del desierto, allí no es posible negar ni combatir por los medios usuales. ¿Cómo prosigue su ministerio? Aparentemente en compañía, en realidad en solitario. Su madre y sus hermanos no lo comprenden, piensan que ha perdido el juicio (Mc. 3, 20), sus discípulos debaten sobre cuestiones banales, o se preocupan de los cargos futuros etc. Pero, a pesar de la evidencia de esta soledad, Jesús se retira “al monte”, a la soledad externa para vivir y asumir plenamente la interna. Por supuesto, no es necesario extenderse sobre la soledad de la cruz. Sus amigos desaparecen, o peor aún le traicionan. Él muere como muere todo el mundo: solo. Y, como diría el recientemente desaparecido Raimón Panikkar, no se trata solamente de la soledad total de Jesús de Nazaret, sino de la Soledad Absoluta de Cristo.
Lo mismo podríamos mostrar la soledad de su madre, que tan bien recoge la piedad popular de Andalucía: sola desde el momento de la concepción, arriesgando el repudio de un hombre justo, hasta la soledad final al pie de la cruz ¿Podemos acaso llamar otra cosa que soledad al perder así a un hijo?
El camino hacia Dios, resume el P. Caffarel, es pues un camino de soledad. Y el matrimonio está ahí para invitarnos a no escapar estúpida (e inútilmente) a la verdad de nuestra soledad, sino a asumirla como la evidencia de una necesidad y como un camino hacia Dios.
Julio y Eugenia / Moreno-Dávila Gutérrez, La Tour-de-Peilz, Suiza, Agosto del 2010.
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