jueves, 17 de enero de 2013

JOSÉ ANTONIO MATÍAS


El 11 de enero una llamada telefónica de José Manuel nos trajo la noticia:
— ¿Sabes que ha muerto Matías?
— Sí, lo sabía —, porque hacía pocos días habían comunicado el fallecimiento del Padre jesuita Matías Gómez.
Pero José Manuel no hablaba del padre Matías Gómez, sino del padre José Antonio Matías, franciscano, que había fallecido aquella misma madrugada. Claro que no lo sabíamos, y la noticia nos produjo una honda impresión.
En alguna de las fiestas de Navidad habíamos asistido a la Eucaristía que oficiaba él en San Francisco, y, una vez más, nos habíamos maravillado de su forma de manifestarse en el altar. Con esa seriedad suya tan característica, con ese recogimiento y unción con que celebraba, leía el evangelio (que lo tenía totalmente memorizado), o pronunciaba su homilía, siempre medida, siempre exacta, siempre sugerente, para que los fieles nos sintiéramos interpelados por la Palabra, y de esas genuflexiones ante el sagrario, casi castrenses, y de esas sugerencias que nos hacía los sábados supliendo la oración final de la Misa por un Avemaría, invitándonos a todos los asistentes a recitarla con él como acto de devoción a María, tan propio de la orden franciscana.
Pero sobre todo las genuflexiones, porque desde el observatorio de nuestra edad, es algo que se estima bastante, ya que cada vez nos resulta más complicado realizar una genuflexión, y menos como las del padre Matías, que traían a la memoria aquella orden “¡rodilla en tierra!, ¡rindan… armas!”, de la lejana Jura de Bandera. Pero la admiración era porque aparecían como una señal de buena salud…, que nos tranquilizaba.
El padre Matías, como todos le conocíamos, hasta sus compañeros de comunidad, fue Consiliario del Equipo de Pilotaje continuando, en octubre de 2003 la labor del padre Félix, de grata memoria. Sustitución no sencilla, porque el padre Félix nos había ganado a todos por su simpatía arrolladora…, hasta cuando celebraba su Eucaristía, lo primero que hacía era dirigirnos públicamente una sonrisa. Pues el padre Matías, desde un registro muy distinto, también se hizo con todos nosotros, y aunque él dijera con humildad que era “otro fraile más”, ofm, según la tarjeta de presentación de los franciscanos, la realidad es que era una persona totalmente entregada al servicio, con unas aportaciones señaladas en las reuniones de los pilotos que acudían al Equipo (antigua Escuela) a formarse, a partir de una comunicación de experiencias muy vívidas.
En aquel tiempo llevaba también como Consiliario otros dos Equipos, con un aire y un estilo que los hacía distintos, profundos, entregados, con entusiasmo. Y recientemente había aceptado ser Consiliario de otros dos Equipos más, a pesar de que era un hombre con una agenda cargadísima de obligaciones en su comunidad franciscana.
Hombre que se desvivía por contestar afirmativamente a todas las solicitaciones que le llegaban, que eran muchas; en el Equipo de Pilotaje facilitó extraordinariamente la continuidad del mismo, buscando soluciones y estando siempre abierto a todas las sugerencias que le hicimos. Creemos que sin él, no hubiera podido funcionar el Equipo que, además, tenía una carga de trabajo no liviana. Y en el ámbito del Equipo se mostraba con una cercanía y una familiaridad que hacía sencillas las cosas más difíciles. Todavía está en nuestras memorias una charla que nos dio sobre “La nueva evangelización en el Pilotaje”, y el coloquio que se produjo a continuación. Con su estilo de castellano viejo, palentino, casi románico, había adquirido un aire de andaluz con el que nos dejaba a veces sorprendidos cuando el ambiente íntimo, en el que se desarrollaban las sesiones del Equipo, le permitía ciertas licencias y nos daba algunos consejos en los que rebosaba su forma de hombre del norte, expresándose con estilo andaluz.
Quisimos confirmar la noticia. Efectivamente, el padre Onofre, Guardián de la Comunidad de San Francisco de Granada, nos dijo que había pasado lo peor.
Sabíamos que tenía algún padecimiento serio, pero era tal su forma de contestar cuando le preguntábamos por su salud (Dios es grande, decía), que nos dejaba casi convencidos de que estaba mejor y nos tranquilizaba, o eso era lo que nosotros queríamos. No traslució nunca sus padecimientos, los supo llevar con una elegancia suma. Ahora pensamos que debió sufrir bastante, pero calladamente. Queremos creer que él ofreció su sufrimiento al Señor, y que el Señor se lo habrá premiado, acercándolo a él.
Visitamos la capilla ardiente en la Iglesia de San Francisco. Tenía un semblante relajado, tranquilo; la hermana muerte corporal parece que lo había convertido en una viva estampa del fundador de su orden, San Francisco de Asís, según alguna escultura de algún artista de su tierra, por el efecto que producía verlo revestido con el sayal franciscano marrón, con su cordón blanco.
El funeral celebrado en la misma Iglesia fue hermoso: acción de gracias a Dios por habernos concedido disfrutar de la compañía y la amistad de tan buen hermano. Pudimos ver lo que sus compañeros en el sacerdocio lo apreciaban, en la cantidad de concelebrantes, y lo que los miembros de los Equipos lo reconocían. Lo despedimos con un aplauso unánime, antes de que partiera hacia el cementerio del convento de Nuestra Señora de Regla, en Chipiona, donde esperará la resurrección.
Ya tenemos un intercesor más en el Cielo. ¡Padre Matías, ruega por nosotros!

Enero 2013.
Juan-Ignacio y Rosi Pérez-Contreras

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