El 11 de enero
una llamada telefónica de José Manuel nos trajo la noticia:
— ¿Sabes que
ha muerto Matías?
— Sí, lo sabía
—, porque hacía pocos días habían comunicado el fallecimiento del Padre jesuita
Matías Gómez.
Pero José
Manuel no hablaba del padre Matías Gómez, sino del padre José Antonio Matías,
franciscano, que había fallecido aquella misma madrugada. Claro que no lo
sabíamos, y la noticia nos produjo una honda impresión.
En alguna de
las fiestas de Navidad habíamos asistido a la Eucaristía que oficiaba él en San
Francisco, y, una vez más, nos habíamos maravillado de su forma de manifestarse
en el altar. Con esa seriedad suya tan característica, con ese recogimiento y
unción con que celebraba, leía el evangelio (que lo tenía totalmente
memorizado), o pronunciaba su homilía, siempre medida, siempre exacta, siempre
sugerente, para que los fieles nos sintiéramos interpelados por la Palabra, y
de esas genuflexiones ante el sagrario, casi castrenses, y de esas sugerencias
que nos hacía los sábados supliendo la oración final de la Misa por un
Avemaría, invitándonos a todos los asistentes a recitarla con él como acto de
devoción a María, tan propio de la orden franciscana.
Pero sobre
todo las genuflexiones, porque desde el observatorio de nuestra edad, es algo
que se estima bastante, ya que cada vez nos resulta más complicado realizar una
genuflexión, y menos como las del padre Matías, que traían a la memoria aquella
orden “¡rodilla en tierra!, ¡rindan…
armas!”, de la lejana Jura de Bandera. Pero la admiración era porque
aparecían como una señal de buena salud…, que nos tranquilizaba.
El padre
Matías, como todos le conocíamos, hasta sus compañeros de comunidad, fue
Consiliario del Equipo de Pilotaje continuando, en octubre de 2003 la labor del
padre Félix, de grata memoria. Sustitución no sencilla, porque el padre Félix
nos había ganado a todos por su simpatía arrolladora…, hasta cuando celebraba
su Eucaristía, lo primero que hacía era dirigirnos públicamente una sonrisa.
Pues el padre Matías, desde un registro muy distinto, también se hizo con todos
nosotros, y aunque él dijera con humildad que era “otro fraile más”, ofm, según la tarjeta de presentación de los
franciscanos, la realidad es que era una persona totalmente entregada al
servicio, con unas aportaciones señaladas en las reuniones de los pilotos que
acudían al Equipo (antigua Escuela) a formarse, a partir de una comunicación de
experiencias muy vívidas.
En aquel
tiempo llevaba también como Consiliario otros dos Equipos, con un aire y un
estilo que los hacía distintos, profundos, entregados, con entusiasmo. Y
recientemente había aceptado ser Consiliario de otros dos Equipos más, a pesar
de que era un hombre con una agenda cargadísima de obligaciones en su comunidad
franciscana.
Hombre que se
desvivía por contestar afirmativamente a todas las solicitaciones que le
llegaban, que eran muchas; en el Equipo de Pilotaje facilitó
extraordinariamente la continuidad del mismo, buscando soluciones y estando
siempre abierto a todas las sugerencias que le hicimos. Creemos que sin él, no
hubiera podido funcionar el Equipo que, además, tenía una carga de trabajo no
liviana. Y en el ámbito del Equipo se mostraba con una cercanía y una
familiaridad que hacía sencillas las cosas más difíciles. Todavía está en
nuestras memorias una charla que nos dio sobre “La nueva evangelización en el
Pilotaje”, y el coloquio que se produjo a continuación. Con su estilo de
castellano viejo, palentino, casi románico, había adquirido un aire de andaluz
con el que nos dejaba a veces sorprendidos cuando el ambiente íntimo, en el que
se desarrollaban las sesiones del Equipo, le permitía ciertas licencias y nos
daba algunos consejos en los que rebosaba su forma de hombre del norte,
expresándose con estilo andaluz.
Quisimos confirmar
la noticia. Efectivamente, el padre Onofre, Guardián de la Comunidad de San
Francisco de Granada, nos dijo que había pasado lo peor.
Sabíamos que
tenía algún padecimiento serio, pero era tal su forma de contestar cuando le
preguntábamos por su salud (Dios es
grande, decía), que nos dejaba casi convencidos de que estaba mejor y nos
tranquilizaba, o eso era lo que nosotros queríamos. No traslució nunca sus
padecimientos, los supo llevar con una elegancia suma. Ahora pensamos que debió
sufrir bastante, pero calladamente. Queremos creer que él ofreció su
sufrimiento al Señor, y que el Señor se lo habrá premiado, acercándolo a él.
Visitamos la
capilla ardiente en la Iglesia de San Francisco. Tenía un semblante relajado,
tranquilo; la hermana muerte corporal parece que lo había convertido en una
viva estampa del fundador de su orden, San Francisco de Asís, según alguna
escultura de algún artista de su tierra, por el efecto que producía verlo
revestido con el sayal franciscano marrón, con su cordón blanco.
El funeral
celebrado en la misma Iglesia fue hermoso: acción de gracias a Dios por
habernos concedido disfrutar de la compañía y la amistad de tan buen hermano.
Pudimos ver lo que sus compañeros en el sacerdocio lo apreciaban, en la
cantidad de concelebrantes, y lo que los miembros de los Equipos lo reconocían.
Lo despedimos con un aplauso unánime, antes de que partiera hacia el cementerio
del convento de Nuestra Señora de Regla, en Chipiona, donde esperará la
resurrección.
Ya tenemos un
intercesor más en el Cielo. ¡Padre Matías, ruega por nosotros!
Enero 2013.
Juan-Ignacio y Rosi
Pérez-Contreras
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